Si tuviésemos que escoger los mejores discos de rock uruguayo, allí estaría Mateo solo bien se lame. Lo mismo ocurriría si eligiéramos los mejores discos de folk rock latinoamericano o aquellos discos que mejor encarnaron el hipismo con identidad vernácula durante los años setentas.
El debut solista de Eduardo Mateo es uno de los tesoros mejores guardados del Cono Sur, lamentablemente poco conocido fuera de sus fronteras nacionales, tal vez, debido a la temprana muerte del cantante que, a diferencia del argentino Tanguito, no ha sido inmortalizado en la pantalla grande.
Para el momento de la grabación, el cantautor no era un desconocido. Ya acumulaba prestigio acompañando a Rubén Rada en los inicios de El Kinto, grupo señero del candombe-beat, movimiento estético y cultural que adosó un carácter único al rock uruguayo, similar a lo hecho en zonas culturales como el litoral central de Chile y el altiplano boliviano, con grupos como Los Jaivas y Wara, respectivamente. Mateo, a diferencia de sus contemporáneos, abrazaba los nuevos tiempos desde una mirada más existencial, política y contracultural que con el ímpetu del flower power.
Pese a suscribirse a un estilo más bien reposado como es el folk, el álbum transmite un riesgo exquisito y sobrio al grabarse prácticamente en una toma, capturando la intensidad, delicadeza e hiperestesia de un juglar moderno como fue Mateo. Un disco que no fue sencillo de grabar, dado los problemas que Mateo entonces tenía con su temperamento e intereses contradictorios y que se percibe en los diálogos con Carlos Píriz (el técnico encargado de la grabación) al inicio de algunos tracks.
Durante los cuarenta minutos del LP, las cadencias del folk que sirven como columna vertebral se mezclan con percusiones charrúas más cercanas al candombe que al blues, que lo emparentan con ejercicios lisérgicos como el del brasileño Manduka, por sobre la cantautoría más tradicional de León Gieco al sur del Río de la Plata. Muestra de esto es “Uy, qué macana”, que parece perder el control métrico y armónico al final del track, la hermosa “De nosotros dos” que, de clara inspiración Beatle, hoy sería pieza de colección de cazadores de tesoros de bathroom pop o lo-fi music. La suerte de reminiscencia a Brian Wilson y Syd Barret en “Tras de ti”, la melancólica “Niña”, acompañada con las voces de Horacio Molina y el grupo Quinto de Cantares, y el histriónico bossa “Jacinta”, como testimonio de un estilo que tanto gustaba cultivar.
Dato para la causa: las guitarras, voces y percusiones fueron todas grabadas por Mateo en cuatro pistas. Al mismo tiempo, el disco fue un éxito de ventas convirtiéndose en uno de los álbumes más rentables de la primera edad del rock latino, debido a su baja inversión y alto retorno.
Eduardo Mateo, divagante y genio, ha influido a nombres como Jaime Roos y la banda Buenos Muchachos, constituyéndose en uno de los pilares más sólidos de la música uruguaya, pese a su particular –cautivador, enternecedor y a veces irascible- estilo. Hoy descansa a la izquierda de quién sabe qué dios, mientras nosotros acá lamentamos su temprana partida de este plano que, tras escuchar su debut discográfico, pareciera ser demasiado pequeño para él.