La de Lhasa de Sela fue una carrera larga y corta a la vez. Larga porque comenzó cantando en bares durante su adolescencia, y nunca paró de cantar. Ya sea girando con el festival Lilith Fair, por Estados Unidos y Europa; junto a sus hermanas en el circo teatro Pocheros, en Francia; o en Reikiavik, Islandia, donde tocó en mayo de 2009, conciertos de los cuales se editó Live in Reykjavik el 2017. Pero corta, porque solo publicó tres álbumes de estudio en doce años, los tres excelentes, La Llorona (1997), The Living Road (2003) y Lhasa (2009), antes de morir en 2010 a los 37 años.
En su álbum debut, Lhasa nos entrega siete temas propios, compuestos junto al guitarrista Yves Desrosiers, quién también hizo los arreglos y produjo el disco. También cuatro interpretaciones de clásicos latinoamericanos. Tanto las letras como la voz de Lhasa, profunda, sentimental y dolorosa, se combinan de forma única con la instrumentación, creando atmósferas únicas en cada canción, pero que a su vez parecen un continuo durante todo el disco. Un continuo desértico, apoyado por la guitarra lap steel o la acústica de Yves, en el que Lhasa nos muestra su alma como en “De cara a la pared” que abre el disco, la ranchera “Por eso me quedo” o en “Mi vanidad”, que comienza a despedir el disco, acompañada del acordeón de Didier Dumoutier.La Llorona, cuya portada es un autorretrato de la propia Lhasa, que en sus palabras es “La Llorona en su imaginación” y que “se paró frente al espejo para ver qué tan enojada y trágica se podía ver”, es dolor y tragedia, pero también hay espacio para una canción alegre como la tradicional “Los peces”, o para el klezmer “El pájaro”. Pero el disco es, finalmente, como su portada, y así también lo demuestran la versión de la clásica “Desdeñosa”, del gran Benigno Lara Foster, y la canción que cierra el disco, “El árbol del olvido”, de los argentinos Alberto Ginastera y Fernán Silva Valdés. Un disco y una forma de cantar única. Lhasa no dejaba indiferente y su voz en La Llorona se queda en el oyente para siempre.