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«El Tigre del Acordeón» Andrés Landero y su Conjunto

Colombia

Porro - Vallenato

1975

Tropical

Cada 2 de febrero el calendario de la cumbia nos llama a un ritual ineludible: escuchar a Andrés Landero y unirse a Colombia en la celebración del Día Nacional de la Cumbia. Este juglar bolivarense, arquitecto de un universo sonoro sabanero y majestuoso, exportó cumbias y paseos sanjacinteros a todo el mundo. Con sencillez y maestría, Landero, «la candela hecha carne», revolucionó la cumbia acordeonera. Aunque sus grabaciones incluyen principalmente paseos y sones vallenatos, como era común entre los acordeoneros de su tiempo, su verdadera esencia se reveló en una cumbia con acordeón que rompió esquemas estéticos y sonoros. Esta audaz propuesta es la que lo tiene consagrado hoy como El Rey de la Cumbia.

En 1976, Landero lanzó su duodécimo álbum titulado El Tigre del Acordeón, bajo el sello Tropical. Este opus magnum no solo presentó una selección impecable de melodías como «Soy inconforme», «Elena Ramón» y «La negrita», sino que también exploró los paisajes sonoros de paseos, cumbias y merengues que capturaban la esencia del juglar. Cada acorde y letra de este álbum encarnan la rica herencia musical de la región, tejiendo narrativas llenas de colorido y descripciones vívidas.

Landero provenía de un linaje musical notable. Su abuelo era un talentoso tamborilero y, de quien se decía que había peleado con el diablo, según las historias de su abuela. Su padre fue un destacado gaitero. Y él por su parte, estaba profundamente influenciado por Toño Fernández, conocido como «el padre de la gaita». Siguiendo los pasos de Pacho Rada, transcribió la gaita al acordeón —considerado el sintetizador de principios del siglo XX—, heredando esta pasión y habilidad, y logró expresar en El Tigre del Acordeón los sentimientos arraigados de las tres razas: el dolor indígena, con su característica entonación y clamor; la ironía del europeo blanco; y la belleza propia del pueblo mulato.

Su expresión más castiza fue la cumbia sabanera vestida con acordeón llorado. En los Montes de María, un bosque seco tropical, según los amigos más cercanos de Landero, él encontró a sus maestros naturales: el clarín de la montaña, el copetón, los mochuelos, las ermitañas y las pavas congonas. 

Su obra, en general, es un vasto compendio de diálogos campesinos de una belleza perdurable, una poesía silvestre que retrata un panorama lleno de historias genuinas y autóctonas. Fue pionero en un género musical incipiente en su época, controversial por no adherirse estrictamente al vallenato purista. En su lugar construyó un estilo entre la música sabanera y la vallenata. Pese a esto, pasaron años hasta que finalmente recibió el merecido reconocimiento como Rey Vitalicio del Festival de la Leyenda Vallenata.

Años después de lanzar el disco consiguió que su música trascendiera fronteras. Con sus distintivas notas disonantes y tonos menores, Landero encontró en México un público que lo valoró profundamente y ayudó a difundir su nombre y sonido. En este país se convirtió en una figura icónica, consolidándose como la esencia melódica de la cumbia sonidera mexicana. Durante los ochenta este género llegó a la Argentina, que si bien ya contaba con estilos locales desde los sesenta, como la cumbia santafesina, se vio influenciada por las melodías sabaneras introducidas por la sonidera. Esto preparó el terreno para impactar en la cumbia villera de los noventa y principios de los dos mil.

El impacto de este maestro de la cumbia no se limita a América Latina; su música ha alcanzado un estatus de culto en el exterior. Landero representó un compendio de su región y se erigió como un ícono global, influyendo en la música a nivel mundial.

Angie Rojas