El álbum debut de Almendra marca una vasta línea de falla coyuntural en el cancionero argentino, no solo porque vino a refinar la música rock del país, sino porque marca el nacimiento (aunque RCA Victor había publicado dos simples de Almendra meses atrás) de uno de los imaginarios musicales más iluminados del sur, el de Luis Alberto Spinetta.
Aquí es donde surgen por vez primera las licencias elementales en la obra del Flaco. Desde la poesía rebosante de misterio y sensibilidades surrealistas, el punteo descendente de «Muchacha» y los acordes disonantes que invitaban a la extrañeza, las diástoles estiradas en las palabras —»Plegariá», «Figuraté»— que atildaban las canciones de un marcado origen rioplatense, hasta la presencia y la reivindicación de personajes alienados y vulnerables en sus canciones. Recordemos que la mayor parte de la música rock en Argentina hasta la fecha eran o covers de rock & roll o temas que ofrecían una visión (en su mayoría) saludable y positiva de las relaciones chico-chica.
Por encima de todo, el acumen lírico de Tanguito y la vibrante psicodelia de los Beatles fueron influencias principales en Luis Alberto y, claro, también en Edelmiro Molinari, Rodolfo García y Emilio del Guercio, aportadores fundamentales de un todo en Almendra. Spinetta, el mayor acólito de Tanguito del grupo, canta desde aquel barril de lluvia versos como «construiré un castillo con tu vientre hasta que el sol/ te haga reír hasta llorar» o «Cuánta ciudad, cuánta sed/ y tú un hombre solo». Incluso Molinari lo encuentra en la cocina con ese «beso mares de algodón».
Pero no todo era poesía; musicalmente eran unos muchachitos sorprendentes, Molinari incorporando su zapada histórica y un solo sui generis en «Color humano». «Ana no duerme» no sería ese tour de force si no fuera por los imprescindibles redobles de Rodolfo García y el sonido del bajo de Del Guercio con marcado cuño Hofner. Y qué decir de «A estos hombres tristes», donde en esa introducción que dura un minuto completo los cuatro hacen gala de sus habilidades musicales, un despliegue místico que no tenía ninguna influencia palpable en su momento, algo que estaba entre el prog rock, el tango, el jazz y el folclore.Todo está ahí plasmado en el hombre de la tapa. Es quizá el punto donde convergen la figura lúdica e infantil del arlequín de Canciones para mirar de María Elena Walsh y la expresión visceral y angustiante del rostro del hombre esquizoide de King Crimson —el niño dormido y los hombres tristes—. Un arte realizado por el mismo Luis Alberto Spinetta, sugiere una mezcla de desesperanza, vulnerabilidad y desamparo, y a la vez la música que encuentras dentro es, y seguirá siendo, la cura contra todas esas desesperanzas que tiene el mundo.