Es 1959 y Astor Piazzolla pasa por un mal momento. Las innovaciones del octeto que había fundado a inicios de la década de los cincuenta en Buenos Aires habían provocado un escándalo en el medio tradicionalista del tango, que para entonces ya había llegado a un nivel de franca ortodoxia. Se le acusaba de ser un “asesino del tango”. Así que buscó refundarse y refugiarse en Nueva York, la ciudad donde había vivido en su niñez. Pero sus coqueteos con el jazz tampoco parecen alcanzar éxito. Tiene que aceptar un trabajo acompañando a un grupo de bailarines. Durante una gira en Puerto Rico recibe una llamada desde Mar del Plata donde le avisan que su padre ha muerto. De regreso en la Gran Manzana, pide a su familia que lo dejen solo en una habitación. Su hijo Daniel recuerda: “Primero hubo un silencio absoluto. Al rato, oímos que tocaba el bandoneón. Era una melodía muy triste, terriblemente triste. Estaba componiendo «Adiós Nonino»”.
Como ya mencionamos en la reseña a Tango Zero Hour, la obra de Piazzolla representa el gran viaje del tango desde los cabarets y los salones de baile hasta los templos de la música académica. Pero no fue un viaje fácil. Sus innovaciones, producto de una personalidad inquieta e interesada en los campos del jazz y la música de concierto, se encontraron con la reticencia de músicos y público que seguían anclados en una visión del tango como música hecha por y para el baile. El Buenos Aires de los años cuarenta, donde arrancó como músico y arreglista de Aníbal Troilo, y al frente de su propia orquesta, aún no estaba preparado para este cambio de rumbo. Pero es en los años sesenta donde empieza a encontrar un terreno fértil donde desarrollar sus proyectos, muchos de ellos interdisciplinarios, enlazados con la literatura, el teatro, el cine y la danza. Y es en esa década donde puede desarrollar mejor ese sonido de “tango nuevo”, que Piazzolla prefería llamar “música popular contemporánea de Buenos Aires”.
Adiós Nonino, grabado en 1969 en los legendarios Estudios ION con su quinteto (Kicho Díaz en contrabajo, Dante Amicarelli en piano, Óscar López Ruiz en guitarra, y Antonio Agri en violín), abre precisamente con la elegía en honor a su padre, donde mezcla una vieja pieza que le había compuesto en vida, agregándole la sección lenta, que escribiera aquel día en Nueva York tras su muerte. El arreglo de piano introductorio es prodigioso, y cuenta la historia que Piazzolla no escatimó esfuerzos en su dificultad, que Dante resolvió a la perfección sin haber leído previamente la partitura. El lado A se complementa con “Otoño porteño”, un trabajo en proceso de su suite de las 4 Estaciones, y “Michelangelo 70”, una pieza que homenajea un club nocturno donde solían actuar. El lado B está dedicado enteramente a la “Tangata Silfo y Ondina», una suite que compusiera para un ballet del coreógrafo Óscar Araiz. Son 3 movimientos (“Fugata”, “Soledad” y “Final”) donde se enriquece con la influencia de la polifonía de Bach.
Diego Fischermann, en un anexo a su libro El efecto Beethoven, hace un repaso de lo complicado que es compilar la discografía de Piazzolla. Esto debido al desdén con que las discográficas han tratado su material en estudio y en vivo, donde sobreabundan recopilaciones llamadas “Libertango” o “Adiós Nonino”, aprovechándose de la popularidad de ambas piezas. Sin embargo, el Adiós Nonino original, editado como LP en 1969 por el sello Trova, es uno de los trabajos básicos de su discografía y un buen punto de partida para abordar su obra, que sigue mostrándonos caminos prodigiosos y paisajes por descubrir.