Muchos en algún momento de nuestra infancia tomamos los viejos álbumes de fotos familiares, encontrándonos con aquellas imágenes remotas. También muchos crecimos escuchando los viejos discos de los abuelos, aquellos de boleros y sones cubanos. Pues eso es el disco de Buena Vista Social Club, un flash histórico de la vieja Cuba, de su música, de su cultura popular, de sus tradiciones, de sus cantores y cantoras. Un regalo inesperado que recibió toda la América Latina y el mundo, allá por 1997.
Fue inesperado por la historia detrás de esta joya, aquella que cuenta que el guitarrista Ry Cooder, enamorado de la música cubana de los años cuarenta y cincuenta, se reunió con el productor Nick Gold, ya que tenían entre cejas un proyecto entre músicos cubanos y músicos africanos. Estos últimos, desafortunadamente, no recibieron sus visas cubanas.
Ante este contratiempo, decidieron grabar únicamente con los cubanos. ¡Vaya sorpresa! A modo de homenaje al club social Buena Vista, un viejo sitio donde muchos músicos cubanos, entre los años treinta y cincuenta, desarrollaron sus carreras, Cooder y Gold decidieron bautizar así a este proyecto. Sacaron del olvido a músicos como Elíades Ochoa, Omara Portuondo, Ibrahim Ferrer y Compay Segundo para meterlos al estudio y revivir el sonido cálido, elegante y bohemio de la música cubana.
Este álbum es un punto de inflexión para la música latinoamericana, salda una deuda histórica con esa generación olvidada de músicos cubanos, redimensiona el son, el bolero y el danzón, y principalmente pone en el mapa de las nuevas generaciones esos sonidos que ahora se pueden escuchar habitualmente en artistas como Natalia Lafourcade, La Lá y Café Tacvba, o en algunos sampleos de Orishas y Control Machete, entre otros. “Chan Chan”, “El cuarto de Tula”, “Dos gardenias” y “Candela” nos llegaron, accidentalmente, para verlos y sentirlos como verdaderos clásicos de la música latina.