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«Pérez Prado Plays Mucho Mambo for Dancing» Pérez Prado

Cuba

Mambo

1950

RCA Victor

“¡Uno!, ¡dos!, ¡tres!, ¡cuatro!, ¡cinco!, ¡seis!, ¡siete!, ¡ocho!, ¡maaaambo!, ¡dilo!”, así se anuncia la introducción al vibrante despliegue de fanfarrias alegres y sincopadas de “Mambo No. 8”, la pista que abre Plays Mucho Mambo for Dancing, el primer larga duración de uno de los artistas más universales de la música latinoamericana, el pianista, compositor y director de orquesta José Dámaso Pérez Prado.

Al igual que otros discos fundamentales de la música latina, Mucho Mambo invita tanto a la danza sudorosa como a la escucha atenta del oyente. El cubano, nacionalizado mexicano, dibujó su fórmula desde la síncopa sofisticada del danzón y la charanga de Arcaño y Sus Maravillas, y la emoción atildada de los metales del jazz de Stan Kenton, convirtiéndose en un estándar del mambo de Pérez Prado y, por lo tanto, del mambo universal, cuyo auge en la década de 1950 le es atribuido.

Dos de sus composiciones más importantes e imprescindibles forman parte de este disco: “Mambo No. 8” y “Mambo No. 5”, siendo esta última una de las más conocidas e inolvidables. Desde su lanzamiento en el sencillo “Qué rico mambo” —unos meses atrás en 1950— hasta el día de hoy, es imposible pensar en la palabra mambo y no recordar esos acentuados metales y ese extravagante candor del “No. 5”. “Babarabatiri” del compositor y percusionista cubano Antar Daly es casi un trabalenguas ornamentado por salvajes fanfarrias de trompetas, y “Pachito E-Ché” de Alejandro Tovar es la única pieza con letra cantable en el disco. Las pistas restantes son todas composiciones originales de Prado, como “Oh Caballo” y “Pianolo”, donde nos demuestra que no todo es composición; el virtuosismo y la excelente ejecución que tenía sobre el piano son parte fundamental de su maestría, desbaratando teclas y notas de manera salvaje sobre un ritmo imparable hasta que de nuevo los metales toman protagonismo.

La experiencia Pérez Prado en Plays Mucho Mambo for Dancing hace que mucha de la música danzable de aquella época parezca de inmediato anticuada. Las composiciones originales en este disco son tan modernas como el mambo podía llegar a ser en aquel momento. Pero Dámaso no solo era un compositor inventivo, sino también un personaje carismático y un flamante showman. Siempre se le veía positivo y bromista en entrevistas, bailando al ritmo de su orquesta en presentaciones y recitales, tocando el piano con fuerza pero con clase singular, y utilizando su sello único, el icónico grito gutural: “¡Dilo!”, que anunciaba un cambio de compás o la entrada de algún instrumento al ensamble.

El impacto y relevancia artística de sus composiciones definieron toda una época para la música popular —especialmente la de la vida nocturna— en México y Latinoamérica. Desde su presencia en un sinfín de películas mexicanas durante la época de oro, hasta su aparición en el cine de ficheras. De musicalizar una escena de La Dolce Vita de Fellini, a tiempos más recientes cuando “Mambo No. 5” alcanzó el número uno en las listas de éxitos en 1999 con la versión pop de Lou Bega. Incluso en la actualidad, siendo una inspiración para el álbum conceptual de ciencia ficción ¡Ay!, de la colombiana Lucrecia Dalt, demostrando que el legado del “Rey del Mambo” va más allá del mismo género y de la “música con sazón”. Sus composiciones son indudablemente una institución en el mundo de la música universal y un patrimonio importantísimo para el porvenir de la cultura popular.

Ernesto Martín del Campo