Ignacio Jacinto Villa fue un pianista cubano que inició su carrera como acompañante de Rita Montaner, quien le puso el nombre de “Bola de Nieve” en los años treinta. Se dio a conocer como artista primero en México y luego en Cuba donde integró la banda de Ernesto Lecuona. Se convertiría en una estrella de cabaret en toda la región gracias a su capacidad para entretener y cautivar a su audiencia. En 1955 se editó uno de sus primeros LPs en el que renueva estándares de María Griever, Vicente Garrido, Adolfo Guzmán y otros y les brinda su característica interpretación sentida.
La sutileza y el sentir sobre la técnica fueron el legado de Bola de Nieve. Y los virtuosos se lo alababan como cuando Andrés Segovia comentó, “A Bola de Nieve, más que impresionar, le interesó expresar, tocar la sensibilidad del que escucha y en eso, quizás, se encierra el misterio de su arte, su magisterio artístico.” Era el antítesis de muchos de los cantantes de la época que tenían una gran capacidad técnica pero se mostraban distantes y rígidos emocionalmente ante lo que les pedía la canción. A diferencia el, compensaba su falta de rango o técnica vocal y se sumergía en la canción. Cuando escuchas su voz ronca en «No puede ser feliz» escuchas a un hombre sufriendo hasta el punto de llorar. Cuando escuchas “Drume negrita”, la canción de cuna de Ernesto Grenet, te lo imaginas meciendo a una bebé para que se duerma. La capacidad de hacerte creer que estaba viviendo lo que cantaba; ese misterio de su arte que mencionaba Segovia.